martes, 4 de abril de 2017

LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN I (César Cantú)

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El día de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, dice el evangelista S.Lucas (19, 41-44) que “cuando se fue acercando, al ver la ciudad, lloró por ella diciendo”:”¡Ah! Si conocieras en este día también tú, el mensaje de la paz; mas ahora está oculto a tus ojos. Porque días vendrán sobre ti en los que tus enemigos te rodearán con trincheras, te cercarán y te estrecharán por todas partes, y te abatirán al suelo, a ti y a todos tus hijos dentro de ti, y no dejarán de ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo en el que has sido visitada”.

Esta profecía tuvo pleno cumplimiento el año 70 de nuestra era, 37 años más tarde de cuando Cristo la había predicho. No en vano, los judíos pidieron a Pilatos que la sangre de Jesús cayera sobre sus cabezas y las de sus hijos (S. Mateo 27, 20-25)…y Dios se lo concedió con tal generosidad, que, a buen seguro, les pareció excesiva.

Este es un hecho histórico incontestable del que no cabe ninguna duda. Dice así César Cantú:

Impresión de 1871 a modo de plano que incluye el templo de Salomón
 “Vespasiano respondía a los que le acusaban de inercia:”Los propios judíos me facilitan la conquista de Palestina”; y cuando vio desangrado al país, hizo él lo demás, y sometiendo los pueblos de los alrededores, se dirigió contra Jerusalén, confiando esta empresa al general Tito, mientras que él, elegido emperador, se dirigía a restablecer los asuntos de Roma”.

Dividida interiormente Jerusalén en banderías, que se hacían la guerra entre sí, tales como los Zelosos a las órdenes de Zacarías y Eleazar, de estirpe sacerdotal, Juan de Giscala, manchado con toda clase de delitos, fingiéndose partidario de los moderados, enviado por el gran sacerdote Anán para tratar con los Zelosos, pero en realidad traicionándole y aconsejando a éstos que se resistiesen y llamasen en su auxilio a los Idumeos; los Zelosos a su vez divididos en dos facciones, unos que combatían y otros que ayudaban a Juan de Giscala, y sólo de acuerdo en arruinar a su Patria, mientras las turbas, capitaneadas por Simón de Geria, joven audaz y ambicioso, asolaban el campo.

Obedecido Simón como rey, se lanza sobre Idumea y la ocupa, favorecido por las traiciones, y después, precedido del terror y de la devastación pone sitio a Jerusalén, en donde se habían refugiado los Idumeos; pero no pudiendo éstos soportar la barbarie de Juan de Giscala se rebelaron contra éste y lo encerraron en el templo. Temiendo el pueblo una salida, abrió las puertas de Jerusalén a Simón, el cual, tratando igual a amigos que a enemigos estrechó el sitio del templo.

Dentro de éste, Eleazar, de no escasa influencia, separó del partido de Juan de Giscala a todos aquellos que odiaban sus maldades, y mientras que Simón con dos mil Zelosos y cincuenta mil Idumeos recorría atrevidamente la ciudad, los dos se hostilizaban con intrigas.