viernes, 7 de octubre de 2016

7 DE OCTUBRE: LA BATALLA DE LEPANTO

No cabe ninguna duda que si no hubiese sido por la batalla de Lepanto, los turcos estarían gobernando en Madrid. Asolaban las costas mediterráneas y subían por el Danubio a centro Europa masacrando a la cristiandad, llevándose cautivos a los jóvenes; los hombres para remeros de las galeras y las mujeres para sus harenes. Los príncipes cristianos mantenían continuamente, escaramuzas, que la mayoría de las veces, estos, perdían.

Pintura de la batalla de Lepanto

El Papa Pío V decidió formar una gran alianza para acabar con el poder turco en el mar. No le fue fácil pues algunas naciones, miraban más por sus intereses particulares que por el bien de todos. Después de muchos trabajos se logró una coalición entre El papa, Venecia y España.

Las dificultades volvieron, al tener que nombrar al que mandaría toda la flota. Este asunto se encargó al Papa y éste comenzó unos días de penitencia, pidiendo luces a lo Alto. Al cuarto día de penitencia, se dirigió el Papa a su oratorio privado, acompañado por cuatro prelados, a celebrar la Santa Misa. Al llegar al Evangelio de S. Juan, los cuatro prelados que le ayudaban, asistieron a un extraño espectáculo; comenzó el Papa a leer con mayor detenimiento que de ordinario, marcando las palabras, como quien comprende y saborea una significación y un sentido que a los demás no alcanza, y de repente, con rostro transfigurado y extraño, y siendo presa de un repentino temblor, pronunció, con voz que no parecía la suya, la parte del Evangelio que dice: “Fuit homo missus a Deo, cui nomen erat Joannes” - “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan” (S. Juan Bautista).

Calló unos momentos, y luego, mirando sonriente a una imagen de la Madona de Fray Angélico que tenía en el oratorio, preguntó con dulzura: “Fuit homo missus a Deo, cui nomen erat Joannes”? Y ya con su voz propia pero con tono firme y resuelto continuó la Misa con expresión de gran satisfacción y como si le hubieran quitado de encima un peso que le agobiaba.

Retrato de Don Juan de Austria
Terminada la Misa mandó llamar los cardenales españoles y a los embajadores de Venecia y les declaró que había tomado la decisión de declarar Generalísimo de la Santa Liga al señor D. Juan de Austria.
—“Santísimo Padre, si sólo tiene 24 años,”— objetaron los de Venecia. —“A pesar de sus 24 años.”— respondió el Pontífice con una energía que mostraba a las claras la inutilidad de todo intento de hacerle cambiar de opinión. Y así fue nombrado D. Juan de Austria para mandar la flota.

El 7 de octubre de 1571 la flota cristiana logro un triunfo total sobre el mito de que los turcos eran invencibles en el mar y el imperio turco comenzó aquel 7 de octubre su rápido declive.

Para gloria imperecedera de España, la Cristiandad fue salvada en Lepanto, y gracias a D. Juan de Austria, Europa pudo respirar tranquila..