Hablando con un marroquí, me recriminaba que los españoles éramos unos racistas, porque, decía, que no mirábamos con buenos ojos su introducción en España. Confundía racismo con xenofobia.
Le cambié el argumento: “Supongamos que somos los españoles los que fuéramos a Marruecos buscando trabajo:”
- No problema
- ¿Si vamos veinte mil?
- No problema
- ¿Si vamos doscientos mil?
- Ya problema
- ¿Si vamos dos millones?
- No poder ser, no poder ser.
¡Ah! ¿Quién es racista?
A parte de otras connotaciones bastante más profundas que las meramente laborales, como son las religiosas, la bomba de relojería instalada en España sólo hay que esperar que explote, porque está activada.
Sobran comentarios
RICARDO PASCUAL