domingo, 6 de marzo de 2016

ARMONÍA EN LA CREACIÓN

   Siguiendo el orden cronológico del Libro del Génesis, sabemos que a la nada, siguió la Creación, transformando el caos desorganizado en Cosmos.

   A este proceso, nada-caos-cosmos, que surge del “hágase”, sigue el “hagamos” divino que crea al hombre “icono” del Creador, en estado de Gracia, con los dones preternaturales, al que Dios concede el dominio vicario del cosmos.

   El Edén, fue obra de una ecología a lo divino, en que tierra, agua, aire y fuego, en perfecta y sosegada armonía, estaban al servicio incondicional del hombre, en tanto éste, criatura en definitiva, aunque criatura superior, respetase el único Mandamiento divino: no apropiarse de la ciencia del bien y del mal, que simbolizaba un árbol en el Paraíso.

   El Pecado Original rompió el equilibrio ecológico y como dice S. Pablo, la tierra, el agua, el aire y el fuego se rebelaron contra el hombre que al quebrantar el Mandamiento Divino, quiso arrebatar a Dios la línea que separa de un modo tajante lo que es bueno de lo que es malo.
 
   Esta rotura de la ecología divina es evidente; la crónica diaria ofrece una estampa dolorosa de terremotos, maremotos, diluvios persistentes, huracanes que arrancan árboles, reducen casas a escombros, aniquilan cosechas, arruinan a familias, producen millares de muertos y los incendios que reducen bosques a cenizas.

   Esta sublevación contra el hombre, que llamamos fenómenos naturales nos dice, sin recurrir a la fe teologal, que el pecado original existió y que en ese pecado se halla la raíz del desequilibrio ecológico del que somos testigos. Esto en cuanto a la naturaleza.

   En cuanto al hombre, el pecado original afectó a sus cinco sentidos o potencias corporales y a las potencias del alma, memoria, entendimiento y voluntad. Ambas, las de carne y las del espíritu, quedaron heridas y esas heridas pueden no cicatrizar, si el hombre en lugar de pretender cerrarlas se deja seducir por el mundo, el demonio y la carne, como nos dice el Catecismo.

El pecado original es la fuente de las enfermedades y la muerte y de todos los pecados contra el Decálogo, como lo es de las lagunas y eclipses de la memoria, de la falta de comprensión y adecuada interpretación de la Verdad que nos hace libres y de la Gracia que nos hace santos y de los fallos de nuestra voluntad que aspirando al bien, no tiene fuerza para aceptar los sacrificios que esa aspiración comporta.

¿No es una realidad, que hoy muchos hombres antes que considerarse “imago Dei”, es decir, hechura directa de Dios, quieren ser imagen y resultado de una “evolución contra natura”, de un antropoide?

Ricardo Pascual

Bibliografía: Blas Piñar López