lunes, 9 de noviembre de 2015

LA TRANSICIÓN ES CULPABLE

Con motivo de la situación actual en Cataluña y de las acciones de su parlamento, reproducimos el siguiente artículo de Luis F. Villamea publicado en la revista Fuerza Nueva.

LA TRANSICIÓN ES CULPABLE



Desde el mismo día en que murió Franco ya se estuvo preparando la independencia de Cataluña. A muchos miembros de la sociedad burguesa catalana jamás se les olvidó el mensaje de Prat de la Riba, que esta revista, a través de las impagables crónicas de su corresponsal en Barcelona, Jaime Tarragó, reveló como un aviso a navegantes que más tarde se habría de cumplir, si no en su totalidad, sí en buena parte. Pero no sólo fue una ancestral reivindicación de los grupos catalanistas: en ella participaron, con entusiasmo y a veces llevando la batuta, todos los nuevos y viejos socialistas y comunistas que desde el escritor Vázquez Montalbán al Omnium Cultutal asolaron la riqueza cultural de una región esplendente.

Pero hay más. Desde La Zarzuela se apostó porla Transición rompedora, y ésta llevaba en su seno el tumor maligno de la independencia disfrazada primero de autonomismo, después de federalismo, más tarde de diversas versiones de Estatuto y, al final, lo estamos viendo, de una corriente demoledora de separatismo, puesta en marcha por todos y cada uno de los que hoy están a favor de la secesión e incluso por muchos de los que por razones tácticas, no de reflexión o sentimiento, no lo están. Felipe González es tan culpable, a pesar desus actuales lamentos, como Pascual Maragall -socialista de salón- o los distintos abades de Montserrat que hicieron de aquella montaña un lugar de culto para la segregación y el odio a España, no sólo a Franco.

COMO EN EL CASO CARRERO BLANCO

En nuestra vida política reciente tan sólo ha tenido vigencia un objetivo: romper el régimen del 18 de Julio. En principio sería lo de menos, si ese interés desquiciado no llevase consigo el destrozo de la cordialidad nacional. Juan Carlos I recibía un régimen con defectos, qué duda cabe, con capítulos sin cerrar, aunque con ventanas abiertas de par en par a un horizonte limpio. La nueva Constitución, primero, no tuvo periodo constituyente; y después fue elaborada por individuos que representaban todos los vicios del hombre y ninguna de las virtudes del orden natural y de la historia española. Unos transitaban hacia la revancha, otros enfilaban la ruta de la segregación, algunos estaban tocados por el virus de la defección o el cambio de casaca -empezando por el Primero de los españoles- y los que tenían la obligación de poner su saber y sus conocimientos al servicio de la ley de leyes introducían -o toleraban- que la palabra nacionalidades estuviese dentro del cuerpo nacional único y fundamental o que el asesinato del aborto dejase a España sin nacionales para poder construir el futuro.

Pero todo había empezado mucho antes, con el agrupamiento de unos pistoleros dispuestos a cualquier cosa por el conjuro del odio a España, no a Franco -que también-, pero no por él mismo, sino porque representaba los factores que podían seguir manteniendo en pie el cuerpo histórico de España. Y fueron a por Carrero Blanco esos mismos pistoleros con la colaboración entusiasta e impagable de comunistas y afines, que no tenían cuentas pendientes por cuestiones de secesión pero sí de derrota sin asimilar. Exactamente igual que sucedió en la Cataluña de la Transición, donde los viejos y refractarios catalanistas de La Veu de Catalunya anidaban en la montaña sagrada de la Moreneta mezclando el Virolai con La Internacional, las Congregaciones Marianas de Jordi Pujol con los puños en alto de Juan Manuel Serrat o los proyectos marxistas de Jordi Solé Tura, uno de los siete ponentes de la Constitución y antiguo autor de las soflamas panfletarias de Radio España Independiente desde Bucarest.

No importaba demasiado porque desde ABC a La Vanguardia nombraban "español del año" a Jordi Pujol o concedían a éste el derecho legítimo a combatir, la beligerancia absoluta. Mientras, este hombre que había llamado "corruptor" a Franco, encabezaba desde el Palacio de la Generalitat una maraña de trapisondas construida durante décadas. Pero es que al mismo tiempo Felipe González visitaba a Mario Conde, cuando éste mandaba en Banesto, y pedía créditos para el socialismo renovado de la Transición sin ni siquiera preguntar cómo se devolvían esas astronómicas cantidades, que después se condonaban. Y el mismo presidente del Banco tomaba actitudes parecidas aprovechando el flujo transitorio. Una cosa les unía: ambos sabían que en La Zarzuela se encontraba abierto un cheque en blanco para desmontar lo anterior a cualquier precio, ya fuese por la vía pública o privada.

EL ESTATUT

Apenas comenzada la primera legislatura consatitucional, con Suárez en La Moncloa, el Congreso de los Diputados puso en marcha la elaboración de los Estatutos de autonomía. Primero fue el vasco y después el catalán. Yo me movía por allí mientras Eduardo Attard, el presidente de la Comisión, un antiguo franquista y lejano amigo de Blas Piñar que le había regalado a éste el día de su boda nada menos que un retrato del Caudillo, dirigía una operación que contenía una trampa monumental: España, según la Carta Magna, quedaba dividida para su ordenamiento jurídico en "nacionalidades y regiones". El propio fundador de Fuerza Nueva argumentaba: "Parecen como territorios de primera o de segunda. Si a una región se le considera nacionalidad, es muy natural que pretenda ser nación, porque su nombre deriva de ahí, y es mucho más natural que quiera tener un Estado a su servicio".

Estábamos en 1979. La voz de este hombre sonaba a aldabón, a sentencia premonitoria, a advertencia virtuosa y a defensa enamorada de una España madre de pueblos y no madrastra de territorios gobernados por la ambición, la mentira histórica crónica y el delito.También explicaba que una cosa es la bandera de las cuatro barras, que está en el escudo de España, con águila de San Juan o sin él, y  otra convertir ese símbolo de los catalanes y de la Corona de Aragón en exclusiva reivindicación patriótica de algo que no existe. Pero las huestes de Alfonso Guerra y Felipe González sonreían con ironía sarcástica conociendo, como conocían, que en La Zarzuela no iba a surgir ningún problema. El problema lo iba a tener, en su caso, el diputado que defendía la España de todos.

Antes, con el Estatuto vasco, con Arzallus y Garaicoechea negociando en La Moncloa lo que se tenía que debatir y aprobar en el Congreso, con los diputados de brazos cruzados esperando a que llegasen los mensajeros de los palacios del Gobierno, con Suárez ultimando con el Rey los pasos a dar para degollar la cabeza de España, Marcos Vizcaya, un diputado del PNV, lo dejaba meridianamente claro para el resto de los días y para los anales del genocidio: "Que nadie piense que de aquí va a salir algo definitivo, no. Esto es algo transitorio y progresivo ..." ¿Hacia dónde? Hacia la independencia, no cabía otro lugar. Los euskaldunes lo intentaron a tiros, y consiguieron bastante con el movimiento de las nueces; los de la Terra Lliure también lo intentaron por el mismo procedimiento, pero sabían que todo iba a ser cosa de ejercitar la paciencia porque las bases estaban establecidas y las garitas sin vigilancia.


EL GERMEN DE TODO

No nos volvamos locos buscando culpables ahora porque todo está escrito y publicado. Cuando la irracionalidad de los españoles, a día de hoy, busca el inicio de la crisis brutal de identidad que padecemos -esto sí que es una crisis-, sólo tiene ojos para situarlos en el régimen anterior. Pero es que Franco no proclamó nación a Cataluña: lo hizo la Constitución de 1978. ¿De qué se queja nadie ahora, cuando se discute si el Estatuto de autonomía -el segundo y renovado por Rodríguez Zapatero- es constitucional o no porque considere a Cataluña una nación? Pues claro que lo es. Digo más: es lo único constitucional porque figura en la ley de leyes en lugar primero y destacado. Demasiado sabían los legisladores de entonces que esto iba a dar lugar a enfrentamientos, pero parece ser que es preferibleque los españoles nos volvamos a matar antes que reconocer los aciertos del adversario.

Lo que no estaba en la Constitución es el aborto libre que figura en ese mismo Estatut, ni el derecho a la eutanasia, que lo contempla en su texto y que tampoco figura en el constitucional, ni determinados apartados para la Seguridad Social, que es función del Estado y que no puede ser derivada ni transferida, ni la chulería de un señor que desprecia a multitud de catalanes y del resto de los españoles. Pero no es el único: ya lo hicieron otros como él desde Barcelona o desde Madrid. La responsabilidad queda equitativamente compartida. Unos y otros no es que confundieran e identificaran a Franco con España; es que lo hicieron para justificarse y dejar a España convertida en un solar. De momento, de parados; esperemos que no sea de otra cosa.